dissabte, 20 d’agost del 2016

La voz que enamoró a Gerir Etherian

La ciudad entera estaba de celebración, las calles parecían cobrar vida propia, la fiesta del solsticio de verano había empezado con fuerza.
Se la conocía cómo la ciudad luminosa especialmente por el ambiente mágico que envolvía la capital durante aquellas fechas. Etherian, situada al noroeste del continente, atraía a cientos de viajeros de todo el continente para maravillarse con la espectacular fiesta.

Aquella noche en especial, se rumoreaba que cantaría una de las hijas del mayor de la ciudad de Leroi. El acto simbolizaba un regalo, las ciudades de Etherian y Leroi eran vecinas, compartían el reino, y su vinculo amistoso era muy potente. La voz de la joven elfa era un presente que los habitantes de Etherian recordarían con emoción.

En el perfectamente adornado espacio circular – la plaza mayor- estaba todo meticulosamente preparado para que la joven elfa subiera al escenario y empezara a cantar. Otra elfa de avanzada edad, vestida elegantemente y con un peinado complicado, empezó a tocar el arpa marcando el inicio de una canción terriblemente hermosa. Entonces la hija del mayor de Leroi, joven y de largos cabellos rubios, irrumpió en el escenario de manera alegre y animada. Antes de empezar a cantar expresó corporalmente lo magnifico que sonaba el arpegio de su compañera. Todo el mundo aplaudió y enseguida se hizo el silencio para escuchar la esperada actuación.

Gerir Etherian se encontraba en la terraza de su taberna favorita ajeno a los conciertos y a las actividades de la ciudad. El vino frutal que habían traído para las fiestas era exquisito y el hijo del mayor de Etherian no estaba dispuesto a moverse de su silla en toda la noche. Para el arrogante elfo podían traer un auténtico gigante de hielo, aún así, no abandonaría la compañía de sus amigos y del buen vino.
Sin embargo su interés cambio repentinamente cuando empezó a escuchar la voz más hermosa que había escuchado en su corta vida. La voz casi divina sonaba algo lejos, amplificada por los hábiles sabios y su dominio del maná.
El joven elfo se levanto de la silla y empezó a caminar hacia la plaza central como si fuera víctima de un hechizo. Aquella voz aguda era tan pura y placentera que había logrado revolver su estomago de una manera que nunca nunca antes sentida. Jamás había escuchado a nadie cantar igual y aquella voz lo enamoraba poco a poco, paso a paso. Antes de llegar a ver a la joven cantante ya tenia claro que quería ser su amante para toda la vida.
Menuda sorpresa se llevó el elfo cuando descubrió que la voz que tanto lo atraía provenía de aquella elfa alegre y despreocupada hija del mayor de Leroi. El había escuchado los rumores, como todo el mundo, pero nunca hubiera pensado que aquella voz tan especial fuera la de la joven.

Pinris canción de maná, dejó a todo el público anonadado. Cuando su hermoso canto cesó el publico, en su totalidad, estalló en aplausos y alabanzas. Se lanzaron flores en el escenario que la joven no dudó en recoger alegremente y sin dejar de hacer reverencias a su compañera del arpa.
Concretamente, el joven Gerir Etherian, quedó tan prendido de la voz de Pinris que pidió su mano al mayor de Leroi.

La idea de una boda , entre el futuro mayor de Etherian y la segunda hija del mayor de Leroi, entusiasmó a la nobleza de tal manera que los jóvenes fueron prometidos sin la aprobación de la gran cantadora.
Sin embargo nadie habría llegado a sospechar, que la joven hermosa de fina voz, escaparía de palacio para recorrer el mundo ella sola. Nadie esperó tampoco que, Pinris canción de maná, se uniera al gremio de los cazadores de Erfobos y dejara atrás, definitivamente, la vida de privilegios y responsabilidades que la esperaban en su ciudad natal.





divendres, 29 d’abril del 2016

Misión de captura en Tofere.

Por fin el tenaz guerrero Dragnir se encontraba en la ciudad de Tofere. Su rápido caballo marrón le había llevado durante todo el trayecto, cruzando el continente arboral, para llegar a la misteriosa ciudad.
El hogar natal de Dragnir, la ciudad de Ceredian, era tan diferente al entorno que ahora lo rodeaba que el elfo apenas sabia como actuar. Las calles sucias y estrechas estaban agarrotadas de elfos -de todos los rincones del continente- y poseían un tono oscuro y apagado respaldado por los lúgubres edificios de piedra. Un elfo del sur se tropezó con Dragir y casi lo tumba contra el suelo. El elfo de Ceredian estuvo a punto de sacar su peculiar arma pero recordó los consejos de su superior antes de iniciar el viaje: “ Evita problemas en Tofere, es una ciudad peligrosa “

No es que Tofere fuera una ciudad peligrosa en si misma. Muchos elfos vivían allí y su vida era relativamente tranquila. La cuestión es que la mayoría de criminales- prácticamente inexistentes en el continente arboral- se ocultaban en la ciudad. Precisamente por aquella razón Dragnir se encontraba en Tofere; estaba buscando a un elfo que había cometido delitos serios en la ciudad de Ceredian. Dicho elfo se dedicaba a secuestrar a sus semejantes para ofrecersolos a los elfos carnívoros – aunque se desconocía que obtenía él a cambio-.
Algunos elfos malhumorados tropezaron también con Dragnir pero el hábil guerrero permaneció paciente, concentrado en buscar al delincuente. Pese a ser un guerrero experimentado de Ceredian, Dragnir llevaba los ropajes típicos de un elfo errante sin hogar. No quería llamar la atención ni tampoco asustar a su presa.

Cuando Dragnir encontró la posada de la ciudad – un viejo edificio que se caía a trozos- intentó comprar información al dueño del putrefacto lugar. El guerrero le ofreció algunas reliquias que entusiasmaron al viejo posadero. Éste le indicó que el forajido se encontraba en el piso de arriba pero que el no le había dicho nada; a los elfos de Tofere no les gustaban los chivatos.
Dragnir subió las escaleras resbaladizas que llevaban al piso de arriba y cuando estuvo delante de la última puerta del pasillo, la derribó de una potente patada. Después agarró su peculiar arma; un chakram con motivos florales heredado de sus antepasados.
El elfo que había dentro de la habitación se asustó terriblemente y de manera escurridiza se deslizó por la ventana para saltar por unos muros hasta aterrizar en la calle.

Dragnir también salto por la ventana, aunque con menos habilidad, y persiguió al criminal por las calles estrechas. El guerrero empleó todas sus fuerzas en correr, pero los elfos de la calle le impedían el paso adrede. La fuerza de Dragnir no bastó para alejar a los elfos de Torefere que le plantaban cara. Fue entonces cuando decidió hacer uso del maná; entonó unos cánticos y de sus manos empezaron a aparecer llamas que no tardaron en alcanzar un tamaño considerable. Los ciudadanos se apartaron del camino del guerrero, que selanzó de nuevo a la persecución con el camino despejado. Nadie quería enfrentarse a un guerrero con conocimientos de sabio. Cuando Dragnir consideró oportuno, lanzó una llamarada rápida que estalló en la espalda el criminal lanzandólo en el suelo. El guerrero recogió del suelo al elfo y rápidamente se dirigió hacia el establo para coger su caballo y marcharse de la ciudad. Los otros elfos amenazaban a Dragnir pero ninguno se atrevió a hacerle frente.


Finalmente el sabio guerrero Dragnir regresó a Ceredian a lomos de su caballo marrón y el elfo criminal capturado. El camino de regreso fue rápido – o así le pareció al guerrero- que se pasó la gran parte del viaje durmiendo.

diumenge, 17 d’abril del 2016

Los Erfobos.

Desde tiempos inmemoriales unas feroces criaturas amenazaban la vida relativamente tranquila de los elfos del continente arboral. Eran enormes lobos negros y peludos, con colmillos prominentes y unos ojos tan rojos e intensos que intimidaban a cualquiera. Eran bestias que amenazaban a cualquier otra forma de vida; bien podían alimentarse de otros animales pero su mayor fijación era la de matar elfos. Se les llamaba Erfobos y según los elfos más tradicionales eran descendientes de la diosa malvada Emfa.

Los Erfobos atacaban sobretodo las aldeas y las casetas de madera situadas en los bosques. La ciudad de Nobiru, en el bosque de Enger, era frecuentemente atacada por las feroces criaturas. Pero los Erfobos también acechaban los caminos para sorprender a los viajeros desprevenidos. Constituían un gran problema y muy difícil de solucionar. Las bestias se ocultaban bien y no dejaban de reproducirse.

Como medida de control el consejo de Maredar fundó un gremio de cazadores que se dedicara a la caza y la contención de los Erfobos. Se ordenó construir una pequeña fortaleza al sur de Maredar y en aquel lugar se entrenaron y formaron los actualmente famosos cazadores de Erfobos.
Al principio pocos elfos se animaban en pertenecer a dicho gremio – básicamente a causa del temor – pero poco a poco el miedo desapareció y el cuartel de cazadores se llenó de vida.La incorporación de algunos elfos importantes impulsó a muchos más a seguir sus pasos y actualmente el cuartel estaba lleno de hábiles elfos dispuestos a reducir la amenaza de los Erfobos.
La mayoría de integrantes eran antiguos guerreros o soldados aunque todos eran bienvenidos y todos debían formarse para desarrollar aquella importante tarea. El mismo sabio de la naturaleza y de los animales – reemplazado tras su muerte por la elfa Animaris – se encargaba de visitar el cuartel para ofrecer diferentes conocimientos que eran de gran ayuda para el gremio.

Silvarer era un elfo muy afín a la aventura y al combate. Era uno de los mejores guerreros de Maredar y a petición del mayor de la ciudad se trasladó al cuartel de cazadores, recién creado, para dirigirlo. Se convirtió en el primer responsable del gremio y pasó a ser una de las figuras más respetadas de todo el continente arboral. Su dedicación era digna de admirar y fue el ejemplo de muchos. Gracias a él el gremio de cazadores sobrepasó sus expectativas y el continente arboral se convirtió en un lugar más tranquilo con el paso de los años. Cabe mencionar que Silverer lideró un pequeño grupo de cazadores para hacer frente a los gigantes de hielo cuando estos atacaron el continente.

Pero lo realmente importante para los elfos, tras la fundación del gremio de cazadores, era que todo el mundo entendiera bien los motivos y las justificaciones de tal medida. Los elfos nunca habían cazado ningún animal – exceptuando los elfos del sur – y muchos se planteaban si estaban rompiendo el sistema de sus creencias. El gran sabio de la naturaleza y de los animales se encargó de redactar un comunicado para que todos los elfos conocieran su opinión:

La naturaleza y los animales son nuestros compañeros ; nuestros amigos ; nuestros amantes ; nuestros maestros.
Compartimos suelo desde llegamos al mundo y nuestra conexión siempre ha sido positiva.
Ningún elfo arboral ha intentado nunca cortar un solo árbol ni tampoco comerse ningún animal. Es mas, algunos elfos nos dedicamos a proteger todo lo que la naturaleza crea y disfrutamos de dicha tarea.

Yo mismo estoy en desacuerdo con muchas de las costumbres que tenéis los demás elfos – creo que vuestro amor hacía lo natural debería ser aún mayor - pero en este caso, he de decir que provisionalmente, la idea de crear un gremio de cazadores de Erfobos me parece aceptable.
Ante todo cabe destacar que los Erfobos no son nuestros semejantes. Son seres agresivos y ponen en peligro no solo a los elfos, sino también a todas las demás formas de vida.
¿ Que pasaría si los Erfobos lograran erradicar los ciervos de un bosque?. Los felinos perderían su mayor parte de alimento y no me alargaré : todo el ecosistema podría ser destruido.

La simple presencia de los Erfobos podría considerarse parte del ciclo natural, ¿ pero alguien se ha preguntado porque los Erfobos no tienen ningún depredador?. Los felinos más corpulentos pueden defenderse ante un ataque pero nunca intentaran alimentarse de un Erfobo.
Y si formaran parte del ciclo natural, ¿ por qué es el único animal que nos ataca ?.
Su presencia en el continente es extraña y peligrosa. Además los lobos de ojos ensangrentados se reproducen tan rápidamente que los bosques empiezan a ser un lugar peligroso para vivir.

Mi fuerte amor hacía los animales – junto con mi deber – me obliga a aceptar el gremio de cazadores para proteger a mis semejantes. Espero que se trate de una medida temporal pues no es de mi agrado arrebatar la vida a ningún ser viviente pero de momento no existe o no he encontrado ninguna otra solución. Mi aprendiz Animaris sugirió controlar la reproducción de los Erfobos y estamos trabajando sobre esta idea.

Finalmente quiero recalcar que en ningún momento apruebo la exterminación de dicha raza. Respaldo el gremio respecto a la contención de los Erfobos pero en ningún caso creo que deban ser eliminados. No obstante, la presencia de los cazadores de Erfobos puede ser favorable si su objetivo es asegurarse de que las feroces bestias no causen problemas.



Anirbaris de Mantial.

dijous, 14 d’abril del 2016

El dominio del maná.



Los viajes a Maredar fascinaban al sabio elfo Yorir. Solo tenia la oportunidad – o el deber – de viajar a la gran ciudad una vez al año. Su tarea era asistir al consejo de sabios y también obtener el maná más puro de todo el continente Arboral. Más que un viaje podría decirse que se trataba de una peregrinación. No era el único sabio que visitaba Maredar para obtener maná o aprender más sobre su uso. Muchos otros hacían lo mismo que Yorir e incluso más frecuentemente.

El maná se podía encontrar en prácticamente cualquier lugar si uno sabía buscarlo adecuadamente. Los bosques, por ejemplo, eran una fuente abundante de maná, y también los lagos y algunas zonas del mar. Pero el lugar optimo para recoger dicha esencia fácilmente era la cueva que se encontraba en una pequeña isla cercana a la ciudad de Maredar. Todos la conocían como “La cueva del maná”.

Yorir era curandero también y recolectaba maná del bosque a diario para atender a los enfermos. Sin embargo visitar la cueva del maná era maravilloso para cualquier elfo capaz de relacionarse con la esencia mágica. Además la ciudad de Maredar estaba repleta de sabios y curanderos con los que intercambiar conocimientos. El viaje a Maredar también era para Yorir un viaje de placer. El simple hecho de abandonar el bosque de Enger por unos días era motivo suficiente para alegrar la actitud siempre apagada del sabio curandero. No es que en su pequeña ciudad, construida en lo alto de los arboles, no tuviera amigos o gente con quien charlar, pero el hecho de cambiar de aires sentaba especialmente bien al sabio.

El momento tan esperado llegó, un día soleado de verano, y el sabio Yorir emprendió su camino con energía. Abandonó el maravilloso y hermoso bosque de Enger y su dirigió hacia el nordeste. El viaje a pie a la ciudad de Maredar era interminable, pero por suerte -o por desgracia – siempre le acompañaba un guardián. Aquella vez le acompañó Ciris, un joven guardián de pocas palabras pero agradable. Ciris llevaba con él un gran saco lleno de armaduras y cuchillos con la intención de que el herrero de Maredar las reparara.

Tardaron tres noches y cuatro días en llegar.
Cómo cada año las grandes puertas azuladas de la ciudad maravillaron al sabio. Y más aún a Ciris, que nunca antes había visitado la gran ciudad. El joven guardián se dirigió en busca del herrero de la ciudad y Yorir asistió al consejo de sabios, situado en una gran fortaleza rocosa que se adentraba parcialmente en el mar.

El consejo fue largo y enriquecedor, cómo siempre lo era. Se debatieron temas entorno al uso del maná y cómo cada año cada sabio explicó sus experiencias o inquietudes. Un curandero de la ciudad presentó a los demás un nuevo tipo de hechizo curativo: consistía en impregnar de maná un tipo especial de alga marina que al aplicarse en el cuerpo lograba acelerar el proceso de cicatrización de las heridas. Finalmente se trató la muerte del sabio de la naturaleza y de los animales y entonaron unas canciones en su memoria. Era la primera vez que no se encontraba sentado junto al resto de grandes sabios y, pese a que sus aportaciones eran escasas y sus intereses diferentes a los del resto, su ausencia era notoria. A continuación algunos sabios de la estancia se apresuraron en descalificar a la aprendiz del difunto que ahora ocuparía el lugar de sabia de la naturaleza y los animales. Hacía años que conocían a Animaris pero la elfa casi nunca asistía a los consejos. Aquello enfadaba al resto y sobretodo después de la muerte de su mentor. Yorir sin embargo empatizaba con Animaris. Los dos eran elfos que pertenecían a los bosques y muchas veces los problemas o debates que surgían en el consejo apenas les afectaba. De todas formas el difunto sabio quería que Animaris fuera su sucesora y nadie podía revocar dicho deseo.


Cuando el consejo finalizó – avanzada la noche – Yorir se dirigió hacia la posada acompañado de otros sabios viajeros. En el acogedor edificio se encoraba Ciris rodeado de elfas curiosas que se acercaban a él para escuchar historias sobre el bosque de Enger y la ciudad de Nobiru. El posadero sirvió vegetales gratuitamente a los sabios recién llegados y después les ofreció el mejor vino de la ciudad. Ciris nunca había probado el vino y abandonó a las elfas para reunirse con el grupo de sabios.


La mañana del día siguiente fué idónea para embarcarse hacia la isla del maná ; apenas soplaba viento ; el sol brillaba moderadamente ; el mar estaba en calma ; y el almuerzo gratuito de la posada fue espléndido.
Yorir se encaminó hacia una parte especial del embarcadero dónde solo los sabios podían acceder. Unas alargadas pero pequeñas embarcaciones de madera eran el transporte oficial para visitar la cueva del maná. Un robusto elfo se encargó de remar para llevar a Yorir hacia su destino.

La cueva del maná se encontraba en una pequeña isla rocosa castigada por la erosión. En una pequeña montaña se abría una grita por la que Yorir se adentró. El elfo que llevaba los remos lo esperó en el exterior.
El pasadizo que el sabio recorría era estrecho y cada vez más oscuro. Yorir sacó una piedra azulada de uno de los múltiples bolsillos de su túnica blanca ; pronunció unas palabras y la piedra empezó a brillar para alumbrar el camino. Pronto Yorir llegó a unos pequeños e irregulares peldaños que descendían poco a poco hacía las profundidades de la cueva. El sabio bajó poco a poco asegurándose de no resbalar por aquel suelo húmedo y traidor.
Finalmente el pasadizo descendiente terminó y Yorir pudo contemplar la hermosa estatua de la diosa Erfa.
La luz que la piedra proporcionaba al sabio ya no era necesaria. Yorir se encontraba en una sala – bastante circular – totalmente alumbrada por esencias de maná que aparecían de cada rincón. El agua entraba en aquella estancia y de los charcos que creaba brotaban grandes cantidades de maná, que a su vez se fusionaban con el entorno azulado místico. Yorir pasó mucho tiempo paseando por la cueva asegurándose de recoger con delicadeza la esencia tan preciada. El sabio curandero utilizó unas piedras especiales que absorbieron el maná del entorno como si de esponjas se trataran. Después las guardó en un saco de tela y, no sin antes despedirse de la diosa Erfa, se dirigió hacia el exterior de nuevo donde el barquero lo llevo de vuelta hacia la ciudad.

La visita a la gran ciudad de Maredar estaba a punto de acabar y tanto Yorir como su acompañante guardián giraron su vista atrás mas de una vez mientras avanzaban por el camino de regreso a su hogar. Las murallas de la ciudad azulada cada vez quedaban más lejos.
El bosque de Enger esperaba su regreso y sobretodo los habitantes de Nobiru. Pasaría otro año entero antes de que el sabio curandero tuviera la fortuna de volver a emprender aquel viaje tan enriquecedor que cada año esperaba con ansia.


dijous, 7 d’abril del 2016

Los elfos del sur.




El continente del sur era prácticamente inhabitable. Era mucho más grande que el continente arboral pero las expediciones allí eran escasas y nadie sabía exactamente que podía encontrarse a parte de los desiertos y las extensiones áridas. Sus temperaturas eran extremadamente cálidas y el agua prácticamente inexistente fuera de las costas. La vegetación era tan escasa como también lo era la comida. Sin embargo en aquel lugar vivían elfos, sobretodo agrupados en las playas del norte. Eran salvajes e incivilizados y se agrupaban en clanes o grandes familias.

Las duras condiciones de vida del continente del sur empujaron poco a poco estos elfos hacia el norte, dónde a través de un paso de tierra prominente llegaron al continente arboral. Allí las diferentes familias y clanes formaron asentamientos rudimentarios logrando una vida mejor. En poco tiempo y usando la fuerza ocuparon la parte sur del nuevo continente al que habían llegado. Por supuesto tuvieron problemas con los elfos locales, o más bien se los buscaron. Los elfos recién llegados no dudaron en echar sus compañeros raciales lejanos y ocupar su lugar en el continente arboral. No llegaron a las grandes ciudades pero esparcieron su brutalidad por el sur atreviéndose a llegar cerca de las ciudades de Ceredian o de Tofere. No se adaptaron a la costumbres del continente arboral y se negaron a colaborar con el resto de ciudades o poblados. Su actitud era totalmente hostil. Lo que más molestaba al resto de los elfos era su costumbre de comer carne animal y también sus extraños rituales brutales. El mismo sabio de la naturaleza y de los animales exigió expulsar a los despiadados elfos del continente arboral. Muchos respaldaron la idea asegurando que aquellos elfos eran hijos de la diosa malvada Emfa. La idea se consideró profundamente cuando las ciudades meridionales empezaron a sufrir ataques reiteradamente por parte los elfos del sur. Eran guerreros en su mayoría y actuaban de forma salvaje y atroz. Se los apodó elfos carnívoros y entre ellos surgieron otros más despiadados aún que fueron nombrados elfos caníbales. Estos últimos no dudaban en cocinar otros elfos y llegaban a comerse entre si mismos si era necesario.

Sin embargo la expulsión de los elfos del sur del continente arboral no se llevó a cabo nunca. Por un lado la fuerte moral y ética de los elfos residentes descartaban la posibilidad ( aunque por supuesto no todos opinaban de igual manera ). La balanza no se inclinaba y nunca se tomó la decisión. Por otro lado el continente arboral se enfrentaba a una amenaza mayor en aquellos tiempos : tres grandes gigantes de hielo avanzaban por el océano con la intención de destruir la raza élfica que hacía poco había profanado su lugar helado.

Los gigantes llegaron por las costas del norte de la ciudad de Firer. Un ejército de elfos bien coordinado los recibió para detenerlos. Se encontraron en aquellas costas elfos de todas los rincones del continente arboral ; diestros guerreros de Firer, soldados de Maredar, sabios, curanderos, estrategas...Los elfos carnívoros también prestaron sus servicios y aunque eran pocos destacaban por su ferocidad y perseverancia en el combate. Un gigante de hielo fue derribado en aquella misma playa. El sabio de la naturaleza ayudado por su joven aprendiz, la elfa Animaris, convocaron un gran bandada de aves que ayudaron a tumbar al gigante. A partir de entonces aquel lugar se llamaría: “ la playa de la unificación élfica y las aves defensoras”.

Sin embargo los dos gigantes restantes consiguieron avanzar hacia la ciudad de Firer rodeados por centenares de elfos que intentaban derribar-los. Lo sabios lanzaban potentes llamas creadas a partir de maná y los guerreros intentaban casi inútilmente causar algún daño en los colosos de hielo. Por suerte los gigantes estaban atacando la ciudad mejor preparada para afrontar una guerra de aquella magnitud. Los enemigos de escarcha no pudieron atravesar las grandes murallas de la ciudad de Firer aunque lograron destruirlas en buena medida. Los mejores arquitectos de la ciudad fabricaron unos grandes arcos que lanzaban robustas y potentes flechas que desestabilizaron los enemigos y los lanzaron al suelo provocando un “pequeño” terremoto. Una vez tumbados los gigantes de hielo parecían menos peligrosos ( aunque la tierra tembló de nuevo con sus intentos de ponerse en pie).

Los elfos lograron salvar la ciudad y asegurar el continente arboral. Los carnívoros se ganaron su derecho a ocupar la parte sur del continente en contra del deseo de muchos elfos arborales. Por supuesto nunca se llegó a un acuerdo y la disputas entre las dos clases de elfos perduró en la historia del continente arboral. La caza de animales no cesó ni tampoco su actitud agresiva respecto a sus vecinos. Los elfos caníbales tampoco abandonaron el continente, pues todos temían sus costumbres y aseguraban que eran entidades mágicas oscuras. Se organizaron algunos intentos de expulsarlos pero todos fracasaron. Además sus hermanos carnívoros los defendían y estaban dispuestos – lo deseaban – a entrar en guerra si era necesario.

Entonces la parte sur del continente arboral pasó a ser una parte apenas visitada por ningún elfo y a menudo se libraron batallas allí, sobretodo con los despiadados caníbales, a los que nunca lograron someter. Algunos centenares de años después nacería una elfa caníbal, en la ciudad de Carnovir, que jugaría un papel muy importante en el futuro de Terrara.



dimecres, 6 d’abril del 2016

El continente helado



El frío empezaba a ser insoportable y el viento arremetía con fuerza. El numeroso grupo de elfos, ataviados con ropajes azulados, avanzaba por la nieve con pasos lentos y temblorosos. El paisaje era monótono y tan blanco que molestaba a la vista. A espaldas de los elfos, en la lejana costa, apenas se podían ver las siluetas de las grandes velas de las embarcaciones que les habían permitido llegar a aquel lugar tan lejano.

Ningún elfo antes había visitado “el continente helado” o al menos ninguno vivía para contarlo. Era un lugar místico y desconocido aunque muchas eran las leyendas vinculadas al lugar; se hablaba de seres ancestrales, monstruos, reliquias escondidas...Pero la historia más conocida era la que contaba que el árbol que surgió de la diosa Erfa, tras su muerte, se encontraba en algún punto del continente helado.
Fuera como fuera la misión de los elfos era sencilla. Su tarea era explorar la zona y comprobar que posibilidades ofrecía para poder crear un asentamiento. El primer asentamiento élfico fuera del continente “arboral”.

La nieve era profunda y a menudo los elfos se hundían en ella. Sobretodo los soldados con sus pesadas y relucientes armaduras. Aquello dificultó su larga marcha pero poco antes del atardecer encontraron terreno firme dónde poder acampar. Unas grandes rocas casi congeladas cubrían a los elfos del viento que cada vez soplaba más furioso. No parecía avecinarse tormenta pero el viento en aquél continente parecía ser incesable. Los elfos encendieron varias hogueras y se cubrieron con mantas y ropajes para mitigar el frío agudo. El mayor de los soldados ordenó que se montaran varias guardias e indicó al resto que se alimentara y descansara también. Los sabios entonaron unos cánticos invocando el calor y pronto el ambiente empezó a ser más cálido y soportable. Aún así el frío estaba presente y la oscuridad de la noche empezó a causar temor a muchos de los presentes. Todos tenían las leyendas sobre el continente helado en sus cabezas pero sin embargo ninguno se atrevió a mencionarlas.

Radomir se encontraba sentado encima de su esterilla nueva cubierto de mantas y temblando a causa del frío. Comió algunas bayas silvestres que llevaba en un pequeño saco y se acomodó en el suelo para intentar descansar. Su sueño era convertirse en el mayor de los soldados de la ciudad de Maredar, cómo lo lo era su padre, y aquella expedición sumaria un punto importante en su currículo para alcanzar el puesto. Sin embargo tenia que mostrar valor, más que los demás, para demostrar que era un digno sucesor de su padre. Pero el hijo del mayor de los soldados era prácticamente un niño y el temor afloraba con facilidad en su cuerpo. Antes de cerrar los ojos Radomir observó el gran mar de estrellas que se observaban relucientes en el cielo oscuro. Un cielo que se observaba bastante diferente si se comparaba con las vistas desde el continente arboral.

Uno de los sabios empezó a hablar sobre las estrellas que adornaban aquella noche el cielo y un grupo de elfos se situó a su alrededor para escuchar con atención el relato. El sabio también se atrevió a hablar sobre las leyendas del continente de manera realista sin causar ningún miedo ni temor a nadie. Las palabras de Firidir cautivaban el público y también su manera de expresarse. Lanzaba preguntas al aire y dejaba que los presentes reflexionaran unos instantes para continuar con su relato de nuevo. Todos conocían a Firidir o habían escuchado hablar de él. Era bastante famoso pese a su corta edad. No solo destacaba por sus conocimientos y su magia, sino también lo hacía porque era el sabio más cercano al resto de los elfos. No servía a ninguna ciudad ni a ningún colectivo, sino que viajaba por el continente “arboral” estudiando y charlando con todo el que pudiera. Firidir insistía en que era capaz de aprender algo nuevo de cada uno de los elfos con los que tenía el placer de mantener una buena conversación.

Radomir empezó a sentir como su cuerpo se relajaba y pronto se quedó dormido mientras escuchaba la historia del sabio acerca de unas estrellas que él mismo contempló cómo descendían hacia Terrara y alzaban el vuelo de nuevo. Aquella noche soñó con aquella historia y algunas otras, pero de una manera placentera que le permitía descansar en aquel entorno tan desfavorable.

El amanecer fue frío y desagradable pero pronto el sol empezó a reconfortar al grupo de elfos que se encontraba de nuevo avanzando por la nieve interminable. El terreno empezaba a ser más rocoso y la marcha del grupo se agilizó considerablemente. A a pocos quilo-metros de distancianse divisaban unas colosales montañas afiladas a las que el grupo llegó a media tarde. Lo más interesante que vieron durante la jornada – a parte de las grandes extensiones de nieve y roca – fueron unos animales que nunca antes habían visto. Eran parecidos a los ciervos pero su tamaño era mucho menor y su pelaje erea tan blanco que se camuflaba con la nieve. Firidir los apodó “ Camuflanieves” y vieron a muchos de ellos antes de llegar a las montañas dónde curiosamente no había ninguno.

Los elfos montaron el campamento a los pies de las montañas fascinados por su magnificencia. Algunos se mareaban cuando alzaban la vista e intentaban abarcarcars grandes dimensiones del accidente geográfico. Antes de que el sol se hubiera puesto, Firidir y los demás sabios ya estaban entonando los cánticos para caldear el ambiente. Sin embargo sus susurros fueron interrumpidos, junto con el resto de voces por un gran sonido estrepitoso que parecía provenir del mismo interior de las montañas. Pronto otro sonido de muchas rocas deslizarse indicó a los recién acampados que se trataba de un desprendimiento. El campamento fue casi destruido y algunos elfos perecieron aplastados o golpeados por las rocas que no paraban de caer furiosamente. Algunos elfos crearon escudos mágicos improvisadamente pero ninguno resultó para frenar el impacto de las enormes piedras.
Los supervivientes se alejaron de la zona a toda prisa presas del pánico mientras el derrumbamiento continuaba. La montaña parecía desintegrarse y el radio de su destrucción era cada vez más amplio.
Firidir se había metido en muchos altercados durante sus viajes pero nunca se había encontrado escapando de un mar de rocas que en cualquier momento podría alcanzarlo. Las piedras pasaban veloces por su lado y por suerte ninguna llegó a alcanzarle.

Solo los elfos más rápidos lograron escapar de aquella montaña ahora descompuesta. Algunos estaban heridos y Firidir se apresuró a atender a los que su vista logró alcanzar. El humo de polvo y nieve dificultaba notoriamente la visión. Radomir se encontraba tendido en el suelo respirando con dificultad y observando detenidamente el antiguo emplazamiento de la montaña a través del mar de polvo que se havia originado. Le pareció ver una figura colosal alzarse imponente pero no estuvo seguro hasta que esta empezó a moverse con lentitud. Un ruido estremecedor, parecido al anterior del derrumbamiento, se volvió a escuchar por toda la zona . Parecía un rugido ahogado mezclado con el retumbar de la tierra al moverse. Entonces la escena fue visible de nuevo y todos los elfos supervivientes pudieron contemplar una criatura perteneciente a las antiguas leyendas.

Se trataba de un gigante de hielo que avanzaba lentamente hacia los elfos estupefactos. Era tal y cómo las leyendas los describían. Espantoso. Cada paso del gigante recorría una gran distancia y se llevaba con el enormes rocas que dificultaban su lento paso. La criatura era casi del tamaño de la antigua montaña y su cuerpo estaba formado de escarcha y hielo. Sus grandes facciones eran cuadriculadas pero se asemejaban a las de los propios elfos. Solamente las orejas eran distintas siendo estas circulares en vez de puntiagudas.

Radomir gritó el nombre de su padre en alto pero no obtuvo ninguna respuesta. El mayor de los soldados de Maredar no parecía encontrarse presente y Radomir temió que su padre estuviera muerto. De todas formas no tenía tiempo para lamentarse si no quería ser aplastado por el coloso azul.
Los elfos restantes empezaron a correr desesperados escapando del gigante de hielo, que en un par de pasos los alcanzaría. Afortunadamente sus pasos eran lentos y quizá algunos elfos lograrían escapar.
Firidir ayudaba a un joven elfo herido a caminar mientras observaba como los demás se le adelantaban gritando y resbalando por la nieve. Radomir cogió por el otro lado al elfo herido y entre los tres lograron avanzar un poco más rápido. Sin embargo el suelo empezaba a temblar bajo las fuertes pisadas del gigante que estaba a punto de alcanzarlos. Entonces Firidir canvió de dirección pensando que tenían alguna oportunidad de sobrevivir. Se desviaron a la izquierda dónde el sabio creía que el terreno descendía ligeramente.
El gigante de hielo también cambió de rumbo y su maniobra lenta ofreció a los tres elfos un tiempo muy valioso. Radomir sólo seguía atónito las instrucciones del sabio mientras el tercer elfo permanecía casi inconsciente usando sus piernas por inercia. Cuando Firidir consideró que el terreno descendía lo suficiente empezó a entonar un cántico que apenas era perceptible, era ensordecido por el retumbar de las pisadas del gigante de hielo. No obstante las palabras del sabio eran pronunciadas una tras otra. Firidir ordenó a Radomir que llevara el herido mientras él se sentaba en el suelo y entonaba de nuevo el cántico. De sus bolsillos sacó unas piedras, azuladas casi transparentes, que depositó en la nieve y que empezaron a brillar con fuerza. Radomir gritaba al sabio que se apresurara mientras descendía por la cuesta ayudando al elfo herido que apenas podía mantenerse en pie. Firidir no se movió de su sitio y empezó a mover las manos y los brazos canalizando una energía incolora que emanaba de las piedras azuladas. Un viento fuerte empezó a soplar en su dirección invocado por el sabio. Radomir y el elfo herido fueron empujados por la ráfaga recién levantada y rodaron por el terreno inclinado a toda velocidad. El hijo del difunto mayor de los soldados se encargó de sujetar la cabeza del herido para que no se lastimara la cabeza.
El cántico de Firidir cesó cuando el gran pie de hielo del gigante estalló con fuerza contra el suelo unos metros por delante de él. El sabio alzó la vista y contempló la colosidad de aquel gigante cuyo próximo paso supondría la muerte del elfo. Escapando de su perplejidad Firidir empezó a correr pendiente abajo mientras observaba en el suelo la sombra gigante del gran pie que pronto lo aplastaría. Entonces el sabio se tiró de cara contra el suelo y resbaló por la nieve velozmente empujado por la improvisada ráfaga de viento que empezaba a reducir su potencial. Firidir resbaló hasta que el terreno fue llano de nuevo. Se levantó empapado, adolorido, y empezó a correr de nuevo no sin antes echar la vista atrás. El gigante de hielo descendía también en busca de los elfos pero su grandes piernas se hundieron profundamente en la nieve paralizando-lo parcialmente. Sin embargo provocó unas avalanchas que por poco alcanzaron el sabio elfo que seguía trotando apenas sin aliento. El gigante de hielo logró continuar avanzando a través del hielo y de la nieve. Pronto estaría andando normalmente de nuevo.

Firidir se reunió con Radomir y el elfo herido poco antes de llegar a la costa mientras el gigante los continuaba persiguiendo desde bastante lejos. La criatura seguía rugiendo contemplando cómo sus presas se alejaban cada vez más de él. Los tres elfos caminaron de noche hasta el amanecer dónde no encontraron ningún otro elfo. Solo quedaba una de las embarcaciones y Radomir sospechó que los supervivientes habían partido hacia el continente arboral de nuevo. Los tres elfos embarcaron en el barco restante y después de esperar algún tiempo por si aparecían más supervivientes emprendieron el rumba de regreso a casa. Mientras el barco se alejaba Firidir y Radomir observaron como el gran gigante de hielo avanzaba lentamente hacia la costa hundiéndose en la nieve y rugiendo manifestando toda su impotencia


Aquella corta expedición en el continente helado desencadenó medio año después uno de los acontecimientos más atroces conocidos en la historia de Terrara. La guerra de los gigantes de hielo y su ataque a la ciudad de Firer. Por primera vez todos los elfos del continente arboral se unieron para hacer frente a la gran amenaza.